La Edad de Oro: Encantar jugando. La imaginación como parte de la educación

jueves, 13 de agosto de 2009 Escribir un comentario





La colonia cubana en Nueva York se sorprende, en el verano de 1889, con la noticia. José Martí, el revolucionario viril, el propagandista incansable de la guerra contra España, acaba de lanzar una revista titulada La Edad de Oro y que dedica a los de América.

“Para los niños trabajamos, por que los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo”, escribe Martí en el editorial del primer número de la revista y detalla enseguida los propósitos de la publicación: “Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como buenos amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de mañana… Todo lo que quieran saber les vamos a decir; y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho el mundo; les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora”.


Se trata de una publicación mensual, de 32 páginas a dos columnas, fina tipografía y agradable papel, en la que se incluyen láminas y viñetas en las que los mejores artistas plasmaron escenas de costumbre y de viaje y retratos de hombres y mujeres célebres, y que contiene además reproducciones de pinturas famosas y de máquinas y aparatos científicos. Garantiza una lectura variada y placentera y también instructiva. Y tiene tantos valores pedagógicos y artísticos que hoy se le considera una obra maestra del que tal vez sea el más difícil de los géneros: la literatura para niños y jóvenes.


Dice al respecto la cubana Fina García Marruz, una de las más profundas conocedoras de la obra de Martí: “El principal hallazgo de La Edad de Oro es haber descubierto ese medio justo con que había que dirigirse a los niños y hablarles de modo que las palabras no pareciesen palabras o ideas, sino que fueran como la piedra que inicia el juego. Una vez en posesión de esa palabra, tomada al mundo de ellos, no iban a notar si se les enseñaba arqueología o historia mientras parecía estarles haciendo un cuento”. El poeta mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, que caló antes que nadie estas páginas martianas, comprendió, como pocos, el empeño del hombre de La Edad de Oro: no se trata de que el adulto se aniñe ni que el niño se hombree, sino partir de que el mundo de la infancia es tan serio como el nuestro y no podemos entrar disfrazados en su ámbito. Y sentenciaba: Martí no se muestra en las páginas de su revista como una maestra de primeras letras ni como una criada vieja, sabedora de cuentos de hechicería. “Su trabajo es el trabajo del alba: despertar”.

Martí vive lejos de su esposa e hijo. A este le dedicó, en 1882, un poemario que es expresión de una nueva sensibilidad, Ismaelillo. Está hecho con rimas inesperadas, una sintaxis compleja, arcaísmos y hallazgos verbales. Inmerso como vive en el torbellino de la lucha política, el recuerdo del hijo lejano es como el remanso de un lago encantado. A esta hora, el amor sereno y doméstico de Carmen Miyares le ha sustituido el amor esquivo de su esposa. Y lo llena. Carmen está casada con el cubano Manuel Mantilla, enfermo de melancolía y de parálisis. Es medio venezolana y medio santiaguera; gorda, parlanchina, simpática. Martí se aficiona a los hijos de Carmen, especialmente María, a la que distingue con marcado amor paternal. Saca a los muchachos por las tardes en bulliciosa reata. Los lleva al Parque Central, ven, en el Edén Musèe, las famosas figuras de cera. Todo lo sabe Martí. Todo quiere explicárselo a los niños.

¿Y por qué no hacerlo para todos los niños de América? Un brasileño amigo, A. D’ Acosta Gómez, pone los recursos imprescindibles. El hombre que es uno de los grandes prosistas de la lengua española es ahora sencillo a fuerza de ser sintético. Su estilo no se empequeñece para llegar a los niños, asevera Fina García Marruz. Por el contrario, se torna más fabuloso. Imita el idioma del niño. “Tres héroes”, elogio de Bolívar, Hidalgo y San Martín contenido en el número inicial de la publicación es una página sencillamente antológica, como lo son muchas de las de los tres números restantes porque La Edad de Oro, “empresa del corazón y no del mero negocio”, vivió solo un año.

Ciro Bianchi Ross

Fuente: www.lajiribilla.cu



La imaginación como parte de la educación



Miguel Alvarado Arias • La Habana


Hacia una visión orgánica de La Edad de Oro

Varios autores (Arias, 1989; Callejas, 1989; Frómeta y Velásquez, 2007, Minelli, 1994; Teja, 1994; Zambrano, 1992), han abordado las complejas circunstancias en que se escribió La Edad de Oro. Circunstancias en que el autor enfrenta una fuerte tensión de la coyuntura política: las pretensiones económicas y hegemónicas del imperio en expansión (de los Estados Unidos hacia América Latina), así como también, de los avatares de una intensa actividad enfocada en la liberación de Cuba, praxis en que Martí combina la escritura con la acción orgánica.

En este contexto la escritura dirigida al sujeto infantil no puede considerarse como un hecho aislado, más bien forma parte de una visión integral, La Edad de Oro se concibe como un todo orgánico en que la concepción de nuestra América, surge como conciencia crítica, la cual parte de una visión inclusiva, donde los niños y las niñas son la base para la construcción de una humanidad que aprende con dignidad a hacerse a sí misma.

Es oportuno considerar que la escritura martiana dirigida (desde y con) los niños, no se suscribe únicamente a la revista de La Edad de Oro, sino que, en muchos momentos de su obra ensayística, poética, epistolar, etcétera, le pertenece también al sujeto infantil. En el libro José Martí. Lecturas para niños, de Hortensia Pichardo (1985), hay una selección minuciosa de los escritos martianos, con una guía interpretativa que facilita información importante al lector para una mayor compenetración de la lectura.

La intensidad y la diversidad de contenidos que hay en el Martí escritor para niños, produce la sensación: “que fuera más de cuatro números los que quedaron de La Edad de Oro cuando se piensa en la riqueza del material abarcado en ellos” (García Marruz, 1989, p.200).

Salvador Arias (1989, p. 7) al respecto llama la atención: “Son muy raras las publicaciones periódicas que escapan a lo efímero de su existencia, perdurando más allá del tiempo durante el cual se están imprimiendo y circulando. Sin embargo, aunque solo cuatro números de escasa tirada pudieron salir de La Edad de Oro en 1889, hoy día esta goza de mucha mayor difusión que cuando apareció por primera vez, pues ha ido penetrando cada vez más en los lectores a los cuales primordialmente iba dirigida”.

Esta situación inusual se explica precisamente por una visión innovadora que Martí desarrolló al emprender la faena de la escritura infantil. Sus textos responden a una concepción en la que se plantea una red de relaciones entre el texto y el contexto, entre la escritura y la experiencia de vida. Además, a una estrategia didáctica del aprovechamiento del ocio1 en el espacio infantil que parte del principio de alteridad, al valorar y respetar la condición del niño como sujeto inteligente, creativo y constructor del presente-futuro. Aquí el principio ético se configura con una ruptura a fondo de la cultura colonial y es una comprensión nueva de índole epistémica-humanística. Las proyecciones que Martí se planteó en las páginas de La Edad de Oro, coinciden con la afirmación que hace Gianni Rodari (s.f., p.9) en su libro Gramática de la fantasía:

Yo espero que estas páginas puedan ser igualmente útiles a quien cree en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar en la educación; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien conoce el valor de liberación que puede tener la palabra. “El uso total de la palabra para todos” me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo (s.f., p. 9).

La emancipación sugerida por Rodari, es tema de reflexión constante que Martí vincula con los valores de la libertad, dignidad y justicia entre los seres humanos. El principio de que “los niños sean felices” (Martí, 1853-1895/2001g, p.303) responde a una reivindicación inalienable de una infancia sana y libre. La poética del texto martiano desata la imaginación del sujeto infantil que alza vuelo al pensar, sin desvincularse de lo real y despierta el ejercicio crítico. Praxis de una fantasía que en palabras de Fina García Marruz, (1989, p.191): “Lo fantasioso está al servicio de lo verdadero y ayuda a lo imaginario”, y añade:

Martí dice que el arte es una “forma de respeto”, no se refiere solo al decoro de la forma artística sino sobre todo al respeto a aquello que se pretende reflejar, a que el artista no imponga a las cosas su propio modo de entenderlas, sino que sean ellas las que se manifiestan en lo que tienen de particular. Eso fue en él cuidado constante.

Esta visión de hacer literatura infantil, “atañe tanto al escritor como a su público, [pues incluye]... la subjetividad de los niños como punto de interés y fundamento para la escritura especializada. En este sentido, el incluir al escritor y a la dimensión creativa en su obra produce otro efecto en el niño como lector, como ser capaz de transformar y revitalizar las historias creadas para él, convirtiéndose en intérprete y, por lo mismo, en un nuevo actor como resultado de su enfrentamiento con el texto.” (De la Garza, 2000, p. 99).

Las estrategias trazadas por Martí en la escritura de La Edad de Oro, se insertan en una situación dialógica. Disímiles voces se entrecruzan en la creación del imaginario; el lector se encuentra con un interlocutor plural; la lectura transita por un espacio flexible de interrogación, de consulta, de opinión. La voz narradora es familiar para los amigos lectores, el tono conversacional es evidente:

Se puso a escribir largo el hombre de La Edad de Oro, como quien escribe una carta de cariño para persona a quien quiere mucho, y sucedió que escribió más de lo que cabía en las treinta y dos páginas. Treinta y dos páginas es de veras poco para conversar con los “niños queridos” (1853-1895/2001g, p.349).

El carácter dialógico nivela una interconectividad entre el autor y el lector, abierta a nuevas posibilidades de aprendizaje, dinámica donde el “corazón” del niño se enlaza con la razón de una realidad múltiple e histórica. La palabra desentraña la raíz de la cultura del lector/lectora. La construcción de la identidad no se ejerce con la exacerbación de lo local. “Martí, pensador global, no piensa en América sola, sino la encuadra y trenza en el mundo” (Teja, 1994, p. 147). De ahí que la afirmación “Patria es humanidad” (Martí, 1853-1895/2001b, p.468) sedimenta la visión universal. Universalidad enriquecida por un recorrido sumamente variado en las páginas de La Edad de Oro, en ellas las historias anidan contenidos temáticos que desacralizan los discursos del poder instalados a través de la mitología de culturas antiguas y modernas, así como la legitimación de desigualdades que invisibilizan el reconocimiento y el respeto del Otro. Distintos lugares y circunstancias entretejen el mundo, en que el conflicto solicita al lector, identificarse con situaciones puntuales. A través de las historias, el niño se apodera de una visión cosmopolita crítica, excéntrica y reivindica el sitio ético de la justicia (tan necesaria en el planeta) tanto en regiones lejanas, como en Nuestra América.

A modo de cerrar este apartado, es oportuno incluir las apreciaciones que Alejandra Minelli expone en forma puntual:

“Procurando que los destinatarios, los niños, hagan una lectura libre de fatalismos y prejuicios y accedan a las contradicciones de la realidad, Martí pretende desarrollar el espíritu crítico. La Edad de Oro tiende al desarrollo de las potencialidades necesarias para la elaboración de un proyecto de liberación; por lo tanto, se la puede pensar como vinculada a una dimensión utópica 2 del proceso revolucionario martiano” (1994, p.129).

La Edad de Oro: germen de la emancipación mental

José Martí no solamente apela a la potestad y al derecho que tiene el sujeto infantil de pensar por sí mismo, sino que en su escritura implementa estrategias para este fin. Por ello la unicidad ética y estética surge de manera creadora en el lenguaje que invita a la producción de un saber crítico. Sobre el tema, García Marruz explica la maestría de Martí, al indicar que mediante “Un objeto bello moraliza y mejora como el más acabado sermón. Da al niño, más que ideas hechas, los elementos necesarios para que él las forme por sí mismo a través del lenguaje mudo y elocuente de las imágenes, la forma o el color” (1989, p. 196).

El compromiso de José Martí con los niños, es condición de susceptibilidad del “hombre natural” (Martí, 1853-1895/2001c, p.17) y su relación de equilibrio con la naturaleza, no obedece a disfrazamiento o pose de ningún tipo. Él participa con el niño en un diálogo entre iguales, honra la capacidad pensante de este, pues es consciente de la mirada propia del sujeto infantil. Escribe Martí: “Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas escribirían” (1853-1895/2001g, p.303). En el proyecto martiano de liberación se encuentra inscrito, el proceso de independencia mental de los niños y las niñas. El autor de La Edad de Oro manifiesta sin ambigüedad sus intenciones:

“quisiera yo ayudar a llenar nuestras tierras de hombres originales, creados para ser felices en la tierra en que viven y vivir con ella, sin divorciarse de ella, ni vivir infecundamente en ella, como ciudadanos retóricos, o extranjeros desdeñosos nacidos por castigo en esta otra parte del mundo. El abono se puede traer de otras partes; pero el cultivo ha de ser conforme al suelo. A nuestros niños los hemos de crear para hombres de su tiempo, y hombres de América” (Martí, 1853-1895/2001h, p.147).

La dimensión descolonizadora de la cita anterior, contiene una visión emancipatoria y, forma parte de las ideas clave de José Martí. El problema de la autonomía de pensamiento en los niños, mujeres y hombres de América Latina, desde la perspectiva martiana, es anticipo y germen de lo que más tarde Leopoldo Zea formularía:

A la emancipación política de las metrópolis iberas ha de seguir la emancipación mental. Esto es, el deshacerse de todo pasado, de los hábitos y costumbres que alejaron a los latinoamericanos de la verdadera humanidad, de la verdadera cultura, que les hicieron caer en la infrahumanidad (1978, p. 20).

La reflexión sobre la emancipación en el contexto infantil plantea una serie de intersecciones que abren el tema a nuevos horizontes, cuyas aristas tematizan sobre el abordaje conceptual de la literatura para niños. La Edad de Oro como dice su autor: “lleva pensamiento hondo” (Martí, 1853-1895/2001h, p.147), la trama de sus historias despiertan el pensar y viabilizan la autoconciencia de nuestra América, para lo cual es condición necesaria la emancipación mental, es decir, la “ruptura con la cultura colonial en que ha sido formada esta América” (Zea, 1978, p. 23). La filosofía como un pensar auténtico es tema que a Martí inquieta en el contexto del sujeto infantil, Martí refiriéndose a la pedagogía moral para niños de Adler3 , rescata “el sistema de despertar la inteligencia de los niños a pensar por sí” (Martí, 1853-1895/2001f, p.297). La autonomía del sujeto es asumida por Martí al anunciar: “El primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hombres a sí mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la convención que sofoca o envenena sus sentimientos” (1853-1895/2001d, p.230). El anterior señalamiento da cabida a repensar la propuesta de Thedor W. Adorno (1998, p. 115) sobre la educación para la emancipación:

La exigencia de emancipación parece evidente en una democracia. Para precisar esta cuestión voy a referirme solo al comienzo del breve tratado de Kant titulado Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung? (Respuesta a la pregunta: ¿Qué es ilustración?). Ahí define la minoría de edad, y con ella también la emancipación, diciendo que esta minoría de edad es autoculpable cuando sus causas no radican en la falta de entendimiento, sino en la falta de valor y de la decisión necesarios para disponer de uno mismo sin la dirección de otro.

En la interpretación kantiana de Adorno: la “minoría de edad”, radica, en la falta de valor y de decisión, en que no se dispone “de uno mismo”. Para tal caso, la “minoría de edad” o “inmadurez” la padecen los adultos. Considerando esta perspectiva, La Edad de Oro puede asumirse como preparación de la edad emancipatoria del niño-adulto, este aprende a disponerse “por sí mismo” sin el control del otro. Por lo tanto, el “ser ilustrado” entraña el estado de “madurez” mental, manifiesta la capacidad de compromiso, su desenvolvimiento crítico, el valor y capacidad de decisión, o sea, no “padece” del miedo a la libertad (Fromm, s.f.).

Repensar el papel emancipador de La Edad de Oro contribuye a desmitificar al niño a través del re-conocimiento de su condición de persona. Pero además, pensar al sujeto infantil conlleva cuestionar al sujeto adulto, lo implica en una relación de reciprocidad. No se trata de que el adulto dirija su mirada hacia los niños. Sino, de restaurar la mirada infantil que le es inherente, de abrirse espacio para “reconquistar” su propia humanidad.

No obstante, la sociedad actual sigue edificando muros de todo tipo. En el ámbito del crecimiento y aprendizaje de las personas, es un imperativo eliminar las barreras mentales que el adultocentrismo (eurocéntrico, patriarcal y excluyente) ha estructurado en la sociedad.

¿Qué supuestos e implicaciones tiene la separación de las personas en niños y adultos, aquí y ahora? ¿Cómo se legitima los límites entre ambas categorías? ¿Cómo se fundamentan? ¿Cuáles son las consecuencias culturales, económicas, epistémicas, éticas, jurídicas y políticas de ser considerado un niño frente a las de ser considerado un adulto? No hay niños por naturaleza. Tampoco hay adultos por naturaleza. Esta categorización social está acompañada de prácticas, saberes y valores que constituyen identidades, encuadran relaciones interpersonales y delimitan modos de vida (Kohan, 2000, p. 15).

La descolonización del “niño”, exige la descolonización del “adulto” y plantea descubrir la infancia como “un estado específico que debe poder desarrollarse a lo largo de la vida, paralelamente al estado del adulto (Mendel, 1977, p. 263). Los prejuicios que habitualmente posee el adulto sobre la noción “niño”, son incubados por un imaginario social de una sociedad patológica. Gerard Mendel al estudiar el lugar que la sociedad moderna ha impuesto al niño, quiebra el paradigma epicéntrico de estructuras excluyentes (el centro-periferia organizado en las más variadas facetas, desde lo cotidiano hasta una globalización atroz de relaciones). La modernidad ha heredado esta visión perversa de mundo y el capitalismo la ha incrementado a tal grado, que en regiones “tercermundistas”, las transnacionales con la anuencia de los gobiernos, utilizan la esclavización del trabajo infantil.

Mendel (1977) cuestiona la victimización del niño, proceso en que la negación del niño es también negación del adulto:

El niño, tal como nosotros lo conocemos, es un niño infantilizado, culpabilizado por la sociedad de los adultos. Así como el colonizado no es aquel que podría ser, sino incluso, a veces, su caricatura tal como la ha dibujado el colono, que obliga al modelo a parecerse al dibujo, así también el niño actual, que posee más que en ninguna otra época la capacidad virtual de desarrollar su estado específico, es una caricatura del niño del futuro, si es que llega a ser. En cuanto al adulto contemporáneo, al que su tiempo libre (que él mismo llama tiempo muerto) angustia hasta el punto de que, voluntariamente a menudo, llega a matarse en el trabajo, este adulto, decimos, es la caricatura del niño-caricatura. Para la mayoría de los adultos se ha hecho imposible divertirse como un niño (pp. 230-231).

José Martí es consciente del malestar de la cultura y se “cura en salud” al entenderse él como niño. Probablemente, Martí percibía que “Seguir siendo niño y, simultáneamente, convertirse en adulto, sería, a nivel individual, una manera de asumir más plenamente la propia humanidad...” (Mendel, 1977, p. 230). No es casual que Emilio Roig de Leuchsenring (1958, p. 7) se refiriera al “Martí, niño”. El autor del Ismaelillo ausculta su humanismo cuando escribe: “¡Hijo soy de mi hijo! / ¡Él me rehace!” (1853-1895/2001e, p.31), relación de alteridad en que se es con el Otro. Esta perspectiva es vía de acceso al espíritu creador martiano y de su capacidad en profundizar en el imaginario y la fantasía del niño, con un lenguaje en que el asombro, el descubrimiento y el amor a la vida, armonizan con la creatividad amasada con ternura, con la ética del cuidado y es fusión, del conocer con el sentir. José Martí desde el Ismaelillo y La Edad de Oro se inserta al mundo del otro al estar con su hijo. La vivencia es experiencia radical que en la escritura se da como alter ego, como afirmación de humanidad y es lugar, donde el otro incluido, crece solidariamente.

La Edad de Oro y la filosofía para niños

Anteriormente se ha señalado el propósito de La Edad de Oro: de que los niños y niñas piensen por sí mismos. Además se hizo referencia a la mirada inclusiva, que suscita el respeto a las diversas culturas y visibiliza la persona-niña, matriz de una línea de pensamiento que evolucionó con las ideas feministas. La escritura de José Martí dirigida a los niños, cultiva el espacio gnoseológico mediante el pensar acorde al sujeto infantil, impulsa su autonomía y afirma la actitud responsable frente al mundo. Esta síntesis del pensamiento martiano, encaja con los postulados de la filosofía para niños.

La filosofía para niños es hoy un proyecto del filosofar en el contexto del sujeto infantil con experiencias pedagógicas enriquecedoras. Aunque se considera a Matthew Lipman su fundador, existe en la filosofía para niños, concepciones y puntos de vista diferentes e inclusive tensiones importantes con respeto a sus planteamientos y abordajes metodológicos.

Este trabajo no se inscribe en una propuesta en particular, más bien, supone una visión amplia de la filosofía para niños, retomando aportes y aproximaciones que nutren los fines perseguidos por la escritura martiana para niños y niñas. En la dirección que apunta el texto martiano, los niños no están aprendiendo en el sentido estricto filosofía, ellos están pensando filosóficamente (Kohan, 2000, 19) a través del potencial creativo que produce la lectura. Para Kohan el reto es crear las condiciones del “surgimiento de las filosofías de los niños” (2000, p.20), él comenta:

Serán los niños quienes construirán sus filosofías y sus modos de producirla. No es mostrando que los niños pueden razonar como adultos que vamos a revocar el destierro de su voz, las voces de los sin voz, los in-fans. Por el contrario, en ese caso las habremos cooptado, lo que constituye otra forma de silenciarlas. Más bien, deberíamos prepararnos para escuchar voces diferentes: aquella voz históricamente silenciada por el simple hecho de emanar de personas estigmatizadas en la categoría de niños, los no adultos (2000, p.20).

La escritura martiana prepara al lector “a la difícil travesía o senda de la heteronomía a la autonomía” (Freire, 1998, p. 69), el horizonte narrativo de La Edad de Oro libera a la persona niño/niña para que construya su propia mirada, allí, la palabra transita ya poseída por el imaginario infantil. Estos elementos, presentes en la literatura infantil, son parte de una concepción pedagógica de las tesis martianas, Ana María Teja refiriéndose al objetivo trazado por la revista, comenta:

“El objetivo de la revista es la formación global del niño americano. Lo característico del pensamiento martiano es que no razona en categorías de exclusión, sino de inclusión. Abarca al hombre en sus tres dimensiones: entrevera lo racional, lo emocional y lo estético. Así enseña el niño a pensar, estimula su sensibilidad artística y moral, le da criterios nuevos, le despierta la conciencia” (Teja, 1994, p. 145).

El señalamiento anterior enlaza con el supuesto educativo de la filosofía para niños: “pensar por sí mismo”, Ann Margaret Sharp comenta:

“La investigación ética comienza por el hecho de la interrelación humana dando igual peso a la subjetividad y a las relaciones sociales objetivas. Los niños comienzan a investigar mediante la construcción mental de alguna escena real de interacción humana” (2000, p. 56).

José Martí aborda “las relaciones sociales objetivas”, en sus contradicciones, en la raíz de los problemas. El aprendizaje de la realidad cumple la función: “conocer es resolver” (Martí, 1853-1895/2001c, p.18). El develamiento de lo real se coloca en yuxtaposición con lo ideal, provocando en el niño modos de “ver” y de “hacer” mundo. La verdad se presenta tal y como es, se sitúa problematizada, la trama no encubre el conflicto y apela del lector, una reacción, la búsqueda de sentido. Por ejemplo, el acento que Martí pone sobre la interioridad ética del lector al narrar la historia “Tres héroes” de La Edad de Oro, demanda acciones concretas frente a la “escena real”:

“Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piense, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nacieron los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez: debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón, y está en camino de ser bribón” (Martí, 1853-1895/2001f, pp. 304-305).

La voz del texto tiene como interlocutor al niño que le brinda pistas sobre un problema básicamente ético. Salvador Arias (2003), explica que Martí supo “encontrar el tono preciso para comunicarse con los niños” (p.7), tono que es parte de las estrategias de La Edad de Oro. Agrega que en la revista infantil “no puso límites a sus posibilidades expresiva y conceptual” (p.7) y más adelante analiza la organización del texto, donde se estructuran tensiones mediante contrastes que él llama la “presentación binaria de opciones” (p.8).

Siguiendo esta idea, en la cita anterior se revelan oposiciones entre libertad y honradez, entre honradez e hipocresía, entre justicia y ley, cuestionamientos entre el ser adulto y el ser niño. Martí logra una unidad temática que despierta la conciencia de América. El escenario y las historias de los personajes se entrecruzan con lo individual y lo social, se redime la memoria de los tres héroes de América: Bolívar, Hidalgo y San Martín.

El carácter multidimensional de la escritura martiana, no sacrifica, a costa del ejercicio del pensamiento autónomo, el ambiente lúdico de la revista. ¿Acaso no hay juego en La Edad de Oro?, ¿acaso el lector no goza con la actividad de la imaginación, con la destreza de discernir? Al niño no se le paraliza ni el pensamiento ni la fantasía, precisamente porque no se le sirve fórmulas hechas. La escritura no da soluciones “cocinadas”, la “fuerza mayor de lo indirecto” (Martí, 1853-1895/2001a, p. 87) es una de las sutilezas del lenguaje; se respeta el ingenio, la conformación de criterio y el re-crearse. La Edad de Oro combina lo lúdico con el pensar, a través de la interacción de lo uno y lo otro, surge el poder de la imaginación.

Si bien es cierto que la revista está dirigida a los niños y las niñas, también el adulto puede encontrarse en ella, en su conciencia histórica así cómo: re-descubrir (y rescatar), el niño que lleva dentro, el “volver a aprender a vivir de otro modo” (Baili, Edwards y Pintus, 2003, p. 51).

La actual sociedad de consumo, cuya lógica de competitividad atraviesa la cultura simbólica, obliga al adulto a abandonar “ese niño”; su ego queda fragmentado. El adulto se convierte en un ser infantilizado. Su infantilización hace de la vida, un absurdo; del mundo, una creación irracional. ¿No es un infantilismo la ambición, las ansias de poder, el deterioro ecológico?, estos “infantilismos” y otros son trágicos porque la persona misma es víctima y victimaria.

Cualquier intento de humanización, exige cambios a nivel de las estructuras mentales de la época y requiere serias transformaciones sociales. El reconocimiento del niño-adulto y el sentido de la infancia, cuestiona implícitamente la condición de persona-adulta. Si la persona no cuida al niño de su interior, esto le origina una serie de malestares psíquicos y el desmoronamiento espiritual. Reintegrar al niño “perdido” o “abandonado” del adulto, contribuye a fortalecer los lazos afectivos y la comunicación necesaria, marcada por una actitud de respeto hacia el sujeto infantil y hacia los demás.

Leer La Edad de Oro en el siglo XXI invita a caminar la utopía, a emanciparse de las nuevas colonialidades, a la soberanía de pensamiento, a des-territorializar el poder y quebrar la institución del patriarcado (de su adultocentrismo y la presencia de este en el inconsciente). Parte del reto es crecer en el espíritu creador y radical de la mirada y en la razón intercultural/social que José Martí heredó a todos: niñas y niños, mujeres y hombres.

Referencias:

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Baili, E., Edwards, E. y Pintus, A. (2003). Filosofía apta para todo público, Santa Fe: Homo Sapiens.

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De la Garza, M. (2000). Filosofía y literatura: una relación estrecha. En Filosofía para Niños. Discusiones y propuestas, Kohan, W. y Walkman, V. (Comp.), (pp. 95-100), Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.

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1-Léase ocio: momento en que se ejercita el ingenio.

2-“lo utópico martiano ubicado en un espacio y tiempo históricos, presenta una dimensión conceptual y analítica de la realidad y concreta un movimiento dialéctico entre el plano ideal y el plano real, exigiendo la acción sobre los procesos históricos, es decir una praxis de transformación de lo real (Minelli, 1994, p. 129).

3-Pedagogo norteamericano (1851-1933), entre sus obras, está el libro: Educación moral de los niños.

*Este texto aparece publicado originalmente bajo el título La Edad de Oro: Germen de la emancipación mental en la filosofía para niños.

Tomado de Revista Cubana de Filosofía. Edición Digital. No. 15. Junio - Septiembre 2009. http://revista.filosofia.cu/articulo.php?id=549

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