La tradición oral colombiana

domingo, 8 de noviembre de 2009 Escribir un comentario





La diáspora africana ha sido una de las protagonistas en la construcción del acervo literario colombiano. Desde la llegada de la gente africana a Cartagena de Indias, la voz sagrada y profana de los esclavizados dialogó con las lenguas indígenas y europeas. Este destino de encuentros moldeó universos de creación en los cuales refulge el despliegue poético y narrativo de la palabra escrita, dicha, cantada o recitada. En la literatura y la tradición oral afrocolombianas centellean memorias de África recreadas en suelo americano. Según Nina S. de Friedemann, las literaturas afrocolombianas conservan el legado ancestral de valores que aluden al ser individual y al ser colectivo. Entre ellos se destaca el profundo amor por la palabra. Según esta misma autora, el cuentero y el decimero, los rezanderos y las cantadoras rememoran al griot africano, relator de cosmovisiones, de historia y genealogías, de sabidurías sagradas y profanas. En muchos lugares de Colombia, especialmente rurales, estos personajes mantienen halos similares a los de otros en culturas afroamericanas en donde la palabra es además escalera para trepar al mundo de las divinidades, como lo hacen los macumberos del Brasil o los santeros de Cuba.

Entre las culturas afrocolombianas, los velorios de los santos, las novenas para los muertos, las luminarias y muchas otras celebraciones sagradas y profanas son ámbitos culturales de evocación de memorias ancestrales mediante la puesta en escena de la palabra. En 1948, Rogerio Velásquez, antropólogo y escritor chocoano, inició la búsqueda de la expresión tradicional de su propia gente. Sus escritos dejan ver la complejidad de la narrativa y de la poética, de los símbolos y significados, de los personajes y situaciones que expresan una vigorosa influencia africana, toda ella enmarcada en el ritmo del habla y en la teatralidad de la expresión.

A pesar de los horrores de la trata y de la travesía transatlántica, las imágenes de las deidades, los recuerdos de los cuentos de los abuelos y los ritmos de las canciones y poesías atravesaron el océano aferrados al alma de los cautivos. Este saber social y cultural floreció de nuevo en la otra orilla de ese mar que los vio llorar sus desdichas. Esta presencia de África en Colombia se percibe de manera privilegiada en la literatura y en la tradición oral de los pueblos que descienden de esos primeros africanos que llegaron a este territorio. De Friedemann refiere que también en los chistes y adivinanzas, como en los escenarios de parodia o en cuentos de embusteros, embaucadores y pillos, aparecen personajes de claro origen africano. Tal es el caso de Anansi, Anansito o Miss Nansi, un personaje de la tradición akán, que pervive en el relato oral de la gente de San Andrés y Providencia y en las selvas del Pacífico. Se trata de una araña famosa que adopta formas y comportamientos humanos. Estas transformaciones también ocurren con otros animales que pueblan las leyendas de los pueblos afrocolombianos. Entre los más destacados están los tigres, conejos, tortugas y culebras. A Anansi se la conoce como una héroe cultural de la antigua Costa de Oro; de Tortuga se sabe que era famosa en la antigua Costa de los Esclavos; a Conejo lo identifican como originario del Congo y Angola. Es decir, regiones todas de donde llegaron numerosas personas al puerto de Cartagena de Indias, procedentes de las culturas yoruba de Nigeria, akán de Ghana y songo el África central.

Según De Friedemann, antropóloga colombiana que dedicó su vida al estudio de estas culturas, existen testimonios que aluden a la manera como la fauna africana pobló las selvas y costas colombianas. Ella refiere que en el pueblo de Beté, sobre el río Atrato, con ocasión de un velorio, uno de los parientes del finado, relató cómo, muy cerca del lugar del velorio, los tigres se habían enfrentado con los leones porque tío Conejo había azuzado a tío Tigre jefe con el cuento de que en esa selva había hombres con más hombría porque mataban a su presa de frente y allí mismo se comían la carne viva; no la cogían a traición, no eran cobardes; eran leones de fino pelaje y fina cintura.

Es necesario aclarar que estos profundos y antiguos legados de África en Colombia sólo pueden ser comprendidos si tenemos en cuenta los procesos de adaptación y transformación que desarrollaron en el marco de la resistencia a la esclavitud en América. La creatividad y la capacidad de innovación hacen de estos relatos testimonios vivos de complejas fases de creación y recreación cultural de los descendientes de la gente africana en nuestro país. Es innegable que los contextos y los ecosistemas en los cuales los narradores orales y escritores afrocolombianos de hoy se desenvuelven no son los mismos que vivieron sus ancestros en África. Sin embargo, más allá de los contenidos ideológicos y de los ambientes, pervive la fuerza de la palabra que la convierte en un vehículo de comunicación sagrado, siempre ligada a las memorias ancestrales. Por otra parte, ha permanecido la particular teatralización de su puesta en escena. La expresión corporal que acompaña siempre la enunciación de relatos, cuentos, mitos o poemas es otro de los legados, cinéticos en este caso, de África a la cultura afrocolombiana y colombiana en general.

Durante el siglo XIX afloraron en Colombia numerosas obras de las cuales los descendientes de la gente africana fueron protagonistas o autores. Eustaquio Palacios, Tomás Carrasquilla y Jorge Isaacs encontraron fuente de inspiración en individuos de origen afrocolombiano y los transformaron en personajes de sus escritos. En 1877 un nativo de Mompox, Candelario Obeso, se convirtió en el primer poeta afrocolombiano en publicar un libro: Cantos populares de mi tierra. A lo largo del siglo XX muchos otros tomaron la pluma para narrar sus experiencias, sus sueños y la condición social de su pueblo.

La Tradición Oral

“La narración oral ha existido desde siempre en la costa del Pacifico y su herencia es mágica y ancestral. La oralidad como fuente expresiva y forma de comunicación directa, se refiere a un conjunto de manifestaciones culturales, a los actos cotidianos de cada momento de la vida y de la muerte, a los traumas, desarraigos y angustias étnicas, a propuestas y respuestas sobre lo que les acontece y a su próximo devenir”.

“El conjunto de la producción oral popular de una comunidad es el documento reflexivo más genuino de la misma comunidad, acumulado a través del tiempo”.

Décimas
La décima es la estructura poética de mayor fuerza en el Pacífico. En la región se adoptó la forma glosada, aunque también puede ser libre.

Los decimeros son en cierta medida una especie de conciencia colectiva, críticos e historiadores de sucesos locales, nacionales y a veces internacionales, fabuladores y cantadores del amor y el desamor, de la fortuna y reveses de la suerte.

La décima o espínela fue creada en España por Vicente Espinel, a finales del siglo XV. En el Pacífico podemos recordar a algunos grandes decimeros:

Manuel de Jesús Cuenú
Pastor Castillo
Agapito Montano
Alfonso Grueso (Río Guapi).
José Añilo Sinisterra (río Saija, Timbiquí)
Catalino Moreno y Benildo Castillo (Tumaco)
Jacinto Mena (Tutunendo).

El valor popular del arte oral reside en que, si bien tiene un primer autor, luego circula de boca en boca hasta perder sus orígenes y convertirse en patrimonio colectivo.

Ejemplo de décimas:

La Concha de Almeja

Yo me embarqué a navegar
en una concha de almeja
a radiar el mundo entero
a ver si halla coteja.

Salí de aquí de Tumaco
con rumbo a Buenaventura
yo no embarqué un cargamento
porque la mar estaba dura.
Pero embarqué quince curas
un automóvil pa’andar
a Guapi dentré a embarcar
cien tanques de gasolina
cargando en popa una mina
yo me embarqué a navegar

Desde Cristóbal Colón
salí con rumbo a la Europa
con una tripulación
como de cien mil en popa
Con viento que a favor sopla
atravesé a casas viejas
y muchas ciudades lejas
las visité en pocos días
navegando noche y día
en una concha de almeja.

Con un grande cargamento
como de cien mil vitrolas
me atravesé a cabo de Horno
y no me dentro una ola.
Llevaba quinientas bolas
sobre cubierta un caldero
cuatrocientos marineros
una gran tripulación
hice la navegación a
rodiar el mundo entero.

Cuando los náuticos me vieron
que iba navegando al norte
cien vapores se vinieron
que los llevará a remolque.
Cuarenta mil pailebotes
llenos de arroz y lenteja
todos los pegué a la reja
y puse rumbo a la Europa.
Y navegué a Constantinopla
a ver si hallaba coteja.

En cada ronda de décimas se canta esta letanía:

Sea mentira o sea verdad
se abra la tierra
y se vuelva a cerrar
que el que lo está oyendo
lo vuelva a contar.


Fuente: http://www.colombiabuena.com/colombia/tradicion-oral-colombiana.html

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